Hace 40 años.
Ese primer día de hace 40 años fue el día en el que un grupo de personas superando sus límites y sus miedos, atravesando charcos, controles e incertidumbres, decidieron ocupar un pueblo para darle vida. No solamente se saltaron sus propios límites, también se saltaron los límites que la sociedad tenía puestos en ese momento y algunas de las creencias más antiguas sobre la propiedad de la tierra, sobre cómo hacer las cosas y un largo etcétera; que este grupo ha ido descubriendo a lo largo de los años. Y ese día aquí estábamos unas cuantas personas decididas a pasar del yo a nosotras y de las ruinas a la vida.
Desde esta mirada de hace 40 años también podemos recolectar muchos frutos. Es como si hubiéramos estudiado cinco carreras a la vez, realizado ocho postgrados, potenciado quince investigaciones profundas y parido media humanidad; y claro, evidentemente hemos necesitado 40 años para asentar todos estos aprendizajes.
Hemos aprendido hacer pan. Un pan integral y ecológico que empezó siendo ladrillos y acabó y sigue siendo uno de los mejores panes que hay en Navarra, en Euskadi y en la Península. Cierto es que la panadería inicial se nos quemó dos veces, cierto también que no encontrábamos los granos que queríamos, cierto que nos costó encontrar los trigos que para nosotras y según nuestros criterios eran los imprescindibles para hacer un pan bueno, de calidad y nutritivo; siempre a ritmo de Silvio Rodríguez, el poeta cubano que ha plasmado muchas de nuestras vivencias mas íntimas.
También es cierto que tras leer, estudiar, consultar y experimentar, finalmente conseguimos tener este pan que para nosotras es tan importante. Un producto que ofrecemos a la ciudadanía casi desde los inicios de nuestra particular aventura como fuente de ingresos principal para el grupo y sostén de la economía colectiva.
Llegado el momento decidimos crecer, y como todo cambio, supuso una mini revolución interna para nuestro grupo, unos pocos años de trabajo personal y trabajo de reconstrucción de ruinas. Nos inspiramos en otros panaderos y panaderas para el diseño de nuestra panadería; que fuera cómoda, fácil de limpiar, amplía, luminosa, y con capacidad para hacer mucho más pan. Decidimos centrar nuestros esfuerzos en la búsqueda de economía líquida monetaria y centrarnos en la panadería. Reconstruimos una gran ruina y en el edificio dispusimos además de la panadería propiamente dicha de un almacén, una zona de molienda y tamizado y una oficina. De 30 m² pasamos a 200.
La obtención de energía fue otro de nuestros quebraderos de cabeza. Empezamos con aquellas lámparas mineras de carburo, con los “Campingas”, con las velas y los candiles de petróleo. Más tarde llegaron las bombillas de coche, conectadas a un motor de Seat 600 que producía energía unas pocas horas por la noche. Motor que creció con el tiempo, se añadió una turbina hecha con cucharillas y llegado el momento también dimos el gran salto a las placas solares y a tener luz una luz amplia que permitía estar algunas horas más juntas, que nos permitía leer más cuentos o nos permitía hacer punto en la noche. Más tarde llegó el frigorífico, luego un congelador, una máquina para amasar el pan, otro congelador y así hasta el día de hoy en que cada casa tiene luces y bombillas por doquier en todas las habitaciones, y no sólo en la cocina como los primeros años. También llegaron las lavadoras; primero una, luego dos, luego tres. Las radios, los casetes, las televisiones, los ordenadores, los móviles; primero usados y nuevos más adelante, además de diversas máquinas en taller, carpintería y herrería, y todo eso se nutre con la energía que producimos nosotros mismos; esencialmente solar, aunque también hidroeléctrica con el apoyo de una turbina en los meses húmedos. Es por esto que valoramos sobremanera esta independencia energética, donde nos ha llevado 20 años pasar de una bombilla de coche de 12v a los 220v corrientes.
Nuestra patrona es Santa Lucía, y por lo tanto consideramos que nuestro objetivo es también buscar la luz, encontrar la luz y mantenernos en ella. En éste momento estamos viendo como la sociedad demanda luz, y ahora que sabemos como conseguirla, como mantenerla durante las 24h del día nos damos cuenta de los corazones también han de estar llenos de luz. Y no solamente para nutrir nuestro proyecto aquí dentro sino también para sacarlo fuera y contagiar lo que estamos haciendo. Quizás también este momento de la historia nos va a pedir que salgamos fuera con los brazos abiertos siendo parte de ese círculo de personas que pueden sonreír en medio de la muerte y de la oscuridad, sabiendo que esto también tiene un impacto nosotras y también ahí hemos aprendido a cuidarnos y a cuidar. Tenemos más palabras para el espacio emocional que el “estoy bien” o “estoy mal”. Ahora podemos comunicar con precisión nuestros sentimientos y decir exactamente como estoy y cuantas palabras necesito para contárselo a mis compañeras de mis compañeros de vida; y esas palabras no son solamente “así así” o “voy tirando”, no. Ahora somos capaces de decir: “estoy triste y estoy triste porque no he sido capaz de pedirte perdón”, “estoy triste porque soy incapaz de ir a ver cómo estabas sabiendo que no estabas bien pero preferido quedarme en casa porque no sabía cómo escuchar lo que me tenías que decir”. También sabemos decirnos gracias: “gracias por todo lo que has compartido”, “gracias por la profundidad de tus reflexiones”, “gracias por la honestidad de aquello que nos nombras”. También sabemos decir “cómo me alegro de que estés bien”, sabemos decir cuán profunda es esta sensación de estar presente en nuestras propias vidas y en la vida colectiva.
Y como vida colectiva también podemos nombrar que tuvimos esa serie de intuiciones ético-ecológicas que hoy están desparramadas por la sociedad. Empezamos enterrando las pilas y de repente alguien nos dijo que las pilas no se podían enterar, que eran contaminantes y empezamos a pensar en cuántas cosas no sabíamos cuán contaminantes eran para nuestro planeta y dejamos de enterrar las pilas y dejamos de quemar los plásticos y empezamos a llevarlas a una fábrica lejana en Donostia que sabíamos que reciclaba plástico, algo totalmente ajeno a nuestro cotidiano pero que nos preocupamos de hacer.
Trajimos animales para que también pudieran aprovechar nuestros restos de las huertas y de comida. Pusimos gallinas y dejamos de ser exclusivamente vegetarianas. Vinieron cabras, pusimos vacas y caballos después de probar con asnos, burros y desesperarnos con estos animales. Las yeguas fueron nuestra elección principal y con ellas estamos todavía sosteniendo los trabajos del monte la traída de la leña, la sacada de troncos, y a veces también las niñas y los niños suben hasta las bordas montados en ellas. Más tarde llegaron los cerdos y las ovejas…sumando leche para los quesos.
En las bordas hemos empezado un gran trabajo de gestión del territorio. Ya en los dos primeros años estuvo Pilartxo por allí queriendo hacer su borda donde sólo había cuatro piedras. Puso un cartel y eso fue todo lo que pasó; su necesidad de aislamiento era grande pero realmente esa borda necesitaba mucha más energía. De hecho ha estado parada durante 40 años y tenemos el proyecto de que para en el año 41 empecemos con ella. Hemos conseguido también hacer las terrazas en el Atxote, comienza mas vida allá arriba. No es nuestra intención sólamente frenar la erosión sino recoger agua y propiciar el crecimiento pequeños vergeles emergiendo de esas terrazas estériles hasta hace unos años. Hemos reconstruido la borda las ovejas por tercera vez. Ahora es la más bonita, con sus puertas de forja, con su altillo donde las personas pueden refugiarse en algún momento, con sus amplios comederos y con su recogida de aguas. Cerca se encuentran las charcas que abrimos arriba y que sirvieron de inspiración para hacer todo el resto del trabajo y hacer terrazas. Llevamos cinco años trabajando cada septiembre/octubre hasta noviembre en ellas. Es nuestra aportación a la esperanza de como los humanos también podemos frenar la erosión originada por nuestros usos desproporcionados y mala gestión del ganado.
No entendíamos el proceso del agua en nuestro territorio: “¿cada año menos agua?” nos preguntábamos. Actualmente estamos terminando un proceso y aprendiendo a como restituir los ciclos de la tierra, como acompañar al agua para que permanezca más tiempo en el territorio; entender que también ella es un cambio, una transformación que nos llama a adecuar nuestros ritmos a su cadencia.
Con la tierra, con el estiércol junto con los animales, con las plantas, junto con nosotras y la climatología que viene….no sabemos los cambios que se van a producir ni sabemos lo que nos trae. Ojalá que lo realizado y aprendido sea suficiente para sostener el impacto y poder seguir creando desde esos nuevos códigos y paradigmas que emergen y que aun desconocemos.